viernes, 24 de julio de 2015

EL OCASO

Escuchen todos el dicho de un hombre apasionado, de un hombre amante de la belleza y las formas armoniosas. ¡Ah, las pasiones de los hombres! como penetran en sus corazones cambiando su presente y empeñando su futuro… 

Yo amé, amé como solo un loco puede amar, de las exuberantes fuentes del placer bebí hasta embriagarme. Busqué los tiernos favores de las féminas; encontré y di por perdido por el puro placer de volver a encontrar…Amores iban y venían por el ancho boulevard de mi corazón. Pero hoy estoy quieto, mi cuerpo ya no da para tal goce sin fenecer. Porque las pasiones de los hombres empiezan y terminan en los hombres… Yo he terminado ya… Pero tres vidas en la playa sigue ahí, sigue ahí con sus salvajes atardeceres plenos de brisas veraniegas, engalanada de hermosas ninfas semidesnudas contoneándose al vaivén de las olas, de esas olas que arrojan carnosas almejas y caracolas, cual abundante obsequio a los sentidos; quisiera volver ahí, y perderme en el mar al atardecer… Ese sería un buen final para mis días.

  ¿Qué me queda ahora sino rememorar al amor mas sentido de mi vida?, a ella, que me embriagó de sus besos y lleno de embelesos los refulgentes años de mi primera juventud.

  Ancho era el horizonte, profundo el mar frente a tres vidas; el día que la conocí, fue  un día de trabajo pleno de nuevas formas, de nueva comprensión para mi joven alma. Ella se asoleaba semidesnuda sobre la playa, ¿qué fue lo que cual poderoso imán me llevó hasta su lado?, no me importó el hecho latente del brutal rechazo o la posibilidad de ser encarcelado por mi atrevimiento... La saludé: Buen día señorita, ¿quisiera Ud. un poco de aceite de coco en su espalda?, soy masajista y también guía de turistas... Con un recelo menguado por mi voz de adolescente, ella me miró a travéz del fitro de sus gafas. ¿Habrá sido mi impecable uniforme o la refulgente juventud que vió en mi rostro?, pero ella sonrió... Por el momento no, gracias. Quizas mañana... Temí ya no verla, pero a la mañana siguiente ella estaba ahí, esta vez aceptó el masaje, e incluso me invitó una bebida refrescante que trajo solícito el mesero de su Hotel. Ella era española y dijo llamarse Mercedes.

Juntos contemplamos el romper de las olas atisbando sobre el  abismo de la isla, nos perdimos entre las madreselvas y comimos tomando de nuestras bocas el agridulce fruto de las grosellas, del coco bebimos el agua y compartimos la dulce pulpa de sus entrañas...

¡Ah Mercedes!, doquiera te encuentres te brindo un hondo pensamiento, y mi gratitud, por haber compartido conmigo un poco de tu tiempo. Ese mismo tiempo que ahora transcurre severo sobre nuestros seres. Hago un voto por  algún día volvernos a encontrar. Si no aquí, quizás en otro tiempo y espacio...  Quizás en otra dimensión.

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